Pérez Reverte sin cruzar el Rubicón.

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Arturo Pérez Reverte es un gran escritor. Conoce bastante a fondo la Historia de España. Es más, debido a ello es uno de los pocos hombres de izquierdas que ama a España. Y la ama porque no le gusta. Como ya le sucediera a hombres como Unamuno, Ortega o José Antonio Primo de Rivera.

Arturo Pérez Reverte abomina de la actual casta política que nos gobierna. Porque ve en ella bastante más mezquindad que en las anteriores y efectúa duros diagnósticos sobre el origen de la misma. Es más, coincide con que esa casta es producto del pueblo que la elige. Con lo cual en realidad el diagnóstico es sobre el propio pueblo español. Pueblo al que en más de una ocasión ha calificado de ignorante y manipulable. Como efectivamente lo es.

Al igual que Fernando el Católico, cree que el pueblo español es un pueblo apto para la guerra. Es más, nos califica de pueblo de trinchera. Somos tan guerreros, que si no encontramos enemigo al que combatir, lo hacemos contra nosotros mismos. Y en parte tiene razón. Aunque olvida las palabras de Fernando de Aragón, advirtiendo que si la nación apta para la guerra, se deshace cuando carece de una voluntad firme al frente de la misma. Y esta es una de las carencias de Pérez Reverte. Él, como decía, es hombre de izquierdas. De modo que entiende la vida en dos divisiones y no en una totalidad. Extraño en alguien que tiene una gran visión total de la Historia de España.

Esa pertenencia a las izquierdas también le limita bastante a la hora de analizar los últimos siglos de España. Siempre se lamenta de que en nuestro país hubiese habido una revolución que decapitara sistemáticamente a curas y monjas como en Francia. Para él es condición indispensable el asesinato masivo de clérigos para que el país alcance la iluminación de la que al parecer andan sobrados los franceses (por eso hoy son al igual que nosotros, un país ocupado y sin soberanía). Y ese es uno de los grandes demonios de Pérez Reverte, su anticlericalismo. Anticlericalismo que le impide ver esa pequeña revolución habida en España entre 1931 y 1939, donde en nombre de la revolución, la Ilustración y la supuesta luz del conocimiento, fueron masacradas más de 6.800 personas de religión católica (entre ellos 13 obispos, más de 4000 sacerdotes, más de 2000 frailes y 283 monjas). Quizá a Pérez Reverte le parezcan pocos. No lo sé. Y es una pena porque es lo que le falta para poder cruzar el Rubicón. La fe de la que él carece.

Cuando supere ese demonio o eso demonios, Pérez Reverte cruzará la línea de lo políticamente correcto, sin posibilidad de marcha atrás. Y no se quedará con una pierna en ambos mundos. Porque a España no se la puede entender de ninguna de las maneras sin el Cristianismo. Esa fe que infundía valor a Don Pelayo, a Fernán González, a Isabel y Fernando o a esos Tercios de Flandes, que él tanto admira; sin llegar a veces a entender del todo porqué eran tan fieros en el combate y tenían tan alto sentido del honor, que les prohibía rendirse ante el enemigo.