Lo que hemos perdido.

llaves

« YO PROMETO:

     No disminuir o cambiar nada de aquello que encontré conservado por mis probísimos antecesores y  no admitir  novedad alguna, sino conservar y venerar con fervor, como su verdadero discípulo y sucesor, con todas mis fuerzas y con todo empeño, todo aquello que me fue transmitido.

     De enmendar todo cuanto esté en contradicción con la disciplina canónica y de guardar los sagrados Canones y Constituciones Apostólicas de nuestros Pontífices, los cuales son mandamientos divinos y celestiales, (estando Yo) consciente de que deberé dar cuentas delante de (Tu) juicio divino de todo aquello que profeso; Yo que ocupo tu lugar por divina designación y  lo ejerzo como tu Vicario, asistido por tu intercesión. Si pretendiese actuar diversamente, o permitir que otros lo hagan, Tu no me serás propício en aquel dia tremendo del divino
juicio… (pp.43 e 31).

    Por tanto, sometemos al riguroso interdicto del anatema, si por ventura cualquiera, o nós mismos, u otro, tuviera la presunción de introducir alguna novedad en oposición a la Tradición Evangélica, o a la  integridad de la Fe y de la Religión, intentando mudar o disminuir cualquier cosa concerniente a la integridad de nuestra Fe, o consintiendo, a quien quiera que sea que pretenda hacerlo»

(del: «Liber Diurnus Romanorum
Pontificum», pp 54, 44, P.L. 1 a 5).

 

El juramento anterior fue escrito por el Papa San Agato el año 678 D.C, pero se  presume que tiene mucho más siglos de antigüedad. Fue hecho por todos los Pontífices Romanos, hasta Juan Paulo II.

Juan XXIII, Pablo VI y Juan Pablo I lo quebrantaron. Juan Pablo II ni tan si quiera lo hizo.

pantocrator